En un vaivén entre la realidad y la fantasía, varias historias, unas explícitas, otras sugeridas, ocupan en su centro los intereses afectivos de Pirucho (Luis Brandoni), por la viuda (Alicia Bruzzo) de la otra cuadra. Ello no impide que asomen otros habitantes de la pequeña región, a quienes el guion les regala su atención por algunos momentos. La hija del almacenero del teléfono, el dueño del café de un solo cliente, el músico del violín serrucho, un ex-preso que construye su andar entre los versos del tango "A la luz del candil", y hasta apariciones fantasmales de Carlos Gardel como una especie de "genio" que le concederá 3 deseos a Pirucho, actúan en un lugar que carece de forma definida.
«…está construida alrededor de todos los lugares comunes del cine argentino pero es una película rigurosa…bien narrada, demuestra un considerable trabajo que la hace consistente.»[1]
«… película estimable pese a discordancias de ritmo y a la desubicación de algunos personajes recibe presiones del sainete porteño y del grotesco local… el patio tradicional se extiende al barrio y los caracteres son antes tipos delineados que personalidades que fluyen de la acción [que] sucede hoy mismo pero el enredo remite a una reminiscencia…de veinte o treinta años atrás….El vaivén entre la realidad y la fantasía es uno de los puntos en favor...En el mismísimo comienzo un sueño de Pirucho marca su temperamento y también alude a la posterior gramática donde la realidad nunca lo es del todo y en la que la ensoñación se parece demasiado al "color local" de un género inapelablemente porteño elegíaco y canturreado. Están estupendos Luis Brandoni y Alicia Bruzzo cuando se muestran esquivos o al descubrir que son uno para el otro.» [2]
Manrupe y Portela escriben:
«Costumbrismo congelado, en una historia que quiere ir por varios caminos sin profundizar ninguno.»[1]