Tras la proclamación de la República Francesa, la Convención Nacional ofreció el 19 de noviembre de 1792 «fraternidad y ayuda a todos los pueblos que desean recobrar su libertad». Durante la guerra contra la Primera Coalición, formada tras la ejecución el 21 de enero de 1793 del rey Luis XVI, los generales y los representantes en misión en los ejércitos revolucionarios reciben la orden de «que destruyan el antiguo régimen» en los territorios que ocupen, pero que «dejen a los pueblos que se regeneren a sí mismos». Así cuando los ejércitos franceses se acercan a Maguncia proclaman que «el soldado ofrece al pueblo, con una mano el símbolo de la paz y con la otra sepulta sus armas en el pecho de sus opresores...».[1]
En seguida se planteó en el seno de la Convención el debate sobre qué estatuto legal debían tener los territorios "liberados". Contaban con el antecedente de la ciudad papal de Aviñón y de su territorio anexo, el condado Venaissin, que solicitaron su incorporación al reino de Francia tras la celebración de un refenrédum el 11 de enero de 1790 —la anexión fue aceptada el 13 de diciembre de 1791—. Así, cuando las tropas francesas penetraron en los Países Bajos Austríacos en la Guerra de la Primera Coalición a principios de 1793 proclamaron que venían a ayudar al pueblo a conquistar su libertad, pero finalmente fueron anexionados a la República Francesa el 30 de marzo. Lo mismo sucedió con Niza y Saboya, incorporadas a Francia, pero no con los dominios del obispo de Basilea que se convierten en República Rauraciana el 20 de marzo de 1793.[1]
Bajo el Directorio se decide que los territorios conquistados constituyan una especie de glacis protector de la República Francesa formado por las "repúblicas hermanas". Así se inicia una política expansionista dirigida a garantizar la seguridad de Francia alcanzando sus "fronteras naturales", especialmente en el Rin. Además estas "repúblicas hermanas" no sólo tendrán que ocuparse del avituallamiento del ejército francés sino que también tendrán que pagar contribuciones de guerra que servirán para sanear la deficitaria hacienda francesa. Por último, también constituirán nuevos mercados para los productos franceses.[2]
En enero de 1798 las tropas del Directorio ayudan a fundar la República Helvética, anexionándose Francia Mulhouse y Ginebra. Lo mismo hacen al mes siguiente en los Estados Pontificios, sobre los que se funda la República romana, y en septiembre con el Piamonte —el rey abandona Turín y se repliega a Cerdeña—. En enero de 1799 el rey de Nápoles avanza sobre Roma pero es obligado a retirarse, refugiándose finalmente en Sicilia. Con el apoyo del ejército francés los "patriotas" napolitanos proclaman la República Partenopea.[4]
Sin embargo las victorias de la Segunda Coalición obligan a los ejércitos franceses a abandonar las "repúblicas hermanas". Cuando Napoleón recupera esos territorios, restaura algunas de ellas, como la República Bátava, la República italiana o la República Ligur, pero no la República Romana ni la República Partenopea. Finalmente entre 1806-1808 las repúblicas hermanas desaparecen al ser integradas por Napoleón en el Gran Imperio.[5]
Péronnet, Michel (1985) [1983]. Vocabulario básico de la Revolución Francesa [Les 50 mots clefs de la Révolution Française]. Barcelona: Crítica. ISBN84-7423-250-3.