El reformadorMartín Lutero afirmó que «en los capítulos 9, 10 y 11, San Pablo nos enseña acerca de la providencia eterna de Dios. Es la fuente original que determina quién creería y quién no, quién puede ser establecido libre de pecado, y quién no».[3]
El escritor metodista Joseph Benson resume este capítulo:
El apóstol habiendo insinuado, en Romanos 3:3, que Dios desecharía a los judíos por su incredulidad, se supone que un judío objeta allí, que su rechazo destruiría la fidelidad de Dios. A esto el apóstol respondió, que la fidelidad de Dios sería establecida en vez de destruida, por el rechazo de los judíos por su incredulidad.[4]
Texto
El texto original fue escrito en griego koiné. Este capítulo está dividido en 33 Versículos.
Testigos textuales
Algunos manuscritos antiguos que contienen el texto de este capítulo son:
Papiro 40 (~250; existen los versículos 16-17, 27)
Papiro 27 (siglo III; existen los versículos 3, 5-9)
En la última sección doctrinal de la Carta a los Romanos, Pablo aborda una cuestión implícita: ¿cómo se concilia la justificación por la fe en Cristo con las promesas de Dios a Israel? El apóstol reflexiona sobre el rechazo de Cristo por parte de los judíos, a pesar de que ellos fueron los primeros en recibir las promesas divinas, la Ley de Moisés y los Profetas. Pablo aclara que, aunque los gentiles han aceptado la fe, esto no significa que las promesas hechas a Israel hayan caducado. Señala que Dios, en su soberanía, elige a quien quiere, revelando así el misterio de la predestinación.
Además, aunque el pueblo de Israel no ha sido fiel en su totalidad, incluso su infidelidad ha tenido un propósito, pues ha permitido que la misericordia de Dios llegue a los gentiles. Pablo asegura que la reprobación de Israel no es definitiva, ya que un remanente ha abrazado el evangelio. Finalmente, advierte a los gentiles sobre la importancia de valorar el don recibido y les recuerda que, en el futuro, está prevista la conversión de Israel y la unión de todos los creyentes en la sabiduría divina.[6]
El lamento de Pablo por Israel (9:1-5)
Las observaciones de los versículos 1-5 parecen reflejar Éxodo 32:30-34, cuando Moisés ofreció ser «borrado del libro» por los israelitas, que habían «cometido un gran pecado» por adorar al becerro de oro en el Monte Sinaí.[7] Este incidente también puede subrayar la descripción que hace Pablo de la idolatría y la rebelión humanas en Romanos 1:18-32 y Pablo contrasta explícitamente su ministerio con el de Moisés en 2 Corintios 3:4-11.[7] Por lo tanto, Pablo habla de los «israelitas» (versículo 4 y más generalmente en los capítulos 9-11) en lugar de los «judíos».[7]
Versículo 3
Pues yo mismo desearía ser anatema de Cristo por mis hermanos, mis compatriotas según la carne
Alexander Kirkpatrick, en la «Cambridge Bible for Schools and Colleges»,[9] asocia la disposición de Pablo a ser «maldito y apartado de Cristo» por el bien de sus hermanos[10] con la oración de Moisés por el perdón de su pueblo descarriado («perdona su pecado – pero si no, te ruego, bórrame de Tu libro que has escrito») [11] y con el lamento del rey David por la muerte de su hijo Absalón, «¡Oh Absalón hijo mío, hijo mío, hijo mío, Absalón, si yo hubiera muerto en tu lugar! Oh Absalón hijo mío, hijo mío!».[12]
La coherencia de Dios evidente en la elección del verdadero Israel (9:6-29)
Versículo 6
Pero no es que la palabra de Dios no haya surtido efecto. Porque no todos los que son de Israel,
El fracaso de Ismael y Esaú para obtener su primogenitura natural no impide el cumplimiento de las promesas de Dios, porque es a través de los segundos nacidos, Isaac y Jacob, los verdaderos «hijos de la promesa», que se cumplió el plan de Dios.[7]
Versículo 13
Como está escrito: «A Jacob he amado, pero a Esaú he aborrecido.
Pablo, lleno de amor por su pueblo, enseña que el verdadero privilegio de los israelitas no se basa únicamente en ser descendientes de Jacob, sino en que Dios asumió la naturaleza humana en la persona de Jesucristo, quien, según la carne, desciende de los israelitas. Al declarar que Cristo es sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos (Rom 9,5), Pablo afirma explícitamente su divinidad, recurriendo a un estilo de alabanza típico del Antiguo Testamento.
Pablo también usa ejemplos de la historia de Israel, como la elección de Isaac sobre Ismael y de Jacob sobre Esaú, para explicar que la elección divina no depende de la descendencia carnal, sino de la promesa de Dios. Así, la llamada a los gentiles no es sorprendente, ya que el verdadero Israel se define por la fe y el Espíritu, no solo por la carne. Según esta enseñanza, no todos los descendientes físicos de Abraham son el "Israel" elegido, sino aquellos que comparten los lazos espirituales de la fe.[19]
Tomás de Aquino, reflexionando sobre esta idea, señala que el amor de Dios difiere del nuestro, ya que Dios elige y ama con base en su promesa y voluntad, no en los méritos humanos y lo expresa de la siguiente manera:
La voluntad del hombre se mueve al amor atraída por el bien que encuentra en la cosa amada y por eso la elige con preferencia a otra (…). La voluntad de Dios, en cambio, es la causa de cualquier bien que se encuentra en una criatura (…). De ahí que Dios no ame a un hombre por encontrar en él algo bueno que le mueva a escogerle, sino que más bien le antepone a los demás y lo escoge, porque lo ama.[20]
El ejemplo de Jacob, los Apóstoles y San Pablo demuestra cómo Dios elige a quienes, según los criterios humanos, parecen menos capacitados. Jacob, el menor de los hermanos, fue escogido sobre Esaú. Los Apóstoles, pescadores y personas comunes, fueron llamados para liderar la Iglesia. San Pablo, antiguo perseguidor de cristianos, fue elegido como apóstol clave. Estas elecciones destacan que Dios no se guía por cualidades humanas, sino por su voluntad, mostrando que su poder transforma a los que llama.[21]
Te reconoces miserable. Y lo eres. —A pesar de todo —más aún: por eso— te buscó Dios. —Siempre emplea instrumentos desproporcionados: para que se vea que la “obra” es suya. —A ti sólo te pide docilidad.[22]
La expresión «odié a Esaú» se entiende como una forma de lenguaje semita, común en la Biblia, donde "odio" indica preferencia por uno sobre otro, no rechazo absoluto. Dios también ama a Esaú, pero el amor por Jacob es de predilección. Es un recurso exagerado para destacar esta diferencia, similar a cómo Jesús, en el Evangelio, habla de "odiar" a los padres en comparación con el amor supremo que se le debe a Él. Este tipo de lenguaje enfatiza prioridades sin negar el amor de Dios por todos.[23]
En el pasaje que continúa hasta Romanos 10:21,[27] Pablo se pronuncia sobre la respuesta y la responsabilidad de Israel respecto al anuncio de Cristo. Después de proporcionar una visión «desde arriba» en los versículos 6-29, es decir, desde la perspectiva del propósito de Dios y la elección de Israel, los versículos siguientes proporcionan una visión «desde abajo», es decir, desde la perspectiva de los judíos, «que habían trabajado diligentemente para ser justos, han rechazado la fe en Cristo, lo único capaz de hacerlos verdaderamente justos», mientras que algunos gentiles creen sin esfuerzo en Cristo.[28]
Versículo 33
Como está escrito:
He aquí, pongo en Sión una piedra de tropiezo y roca de escándalo,
Pablo, citando las Escrituras, introduce el misterio de la predestinación a través de ejemplos como la elección de Israel, el endurecimiento del Faraón y la metáfora de la vasija de barro. Estos casos muestran cómo Dios, en su omnipotencia y sabiduría, dispone los acontecimientos para cumplir su plan. Aunque Dios conoce y ordena todo, el ser humano no puede entender completamente cómo se concilia la libertad humana con el designio infalible de Dios. Este misterio incluye tres verdades: la total libertad de Dios para dar su gracia, su voluntad de salvar a todos a través de Cristo, y la libre respuesta del hombre a esa gracia.[31]
Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de “predestinación” incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia.[32]
Citando a Agustín de Hipona se puede decir que cuando los hombres siguen libremente el querer de Dios, aun cuando lo que hacen lo hagan voluntariamente, su voluntad, sin embargo, es de Aquel que dispone y manda lo que quieren.[33]
Pablo sostiene que Dios no actúa con injusticia al otorgar su gracia de manera desigual entre las personas. La misericordia divina se manifiesta según su voluntad, sin que eso implique injusticia. Cuando alguien rechaza la gracia de Dios, lo hace libremente, y Dios respeta esa decisión. Por eso, cuando Pablo dice que Dios «endurece a quien quiere», se refiere a una forma de expresarse propia de la Biblia, donde se «atribuye a Dios lo que en realidad Él permite».
El sol, aunque sea capaz de iluminar todos los objetos, si encuentra un obstáculo en algún cuerpo lo deja en tinieblas, como, cuando una casa tiene las ventanas cerradas. El sol no es causa de la oscuridad, porque no es por voluntad suya por lo que no entra la luz en el interior; la oscuridad se debe sólo al que cierra la ventana. Así, Dios, en su juicio, no infunde la luz de la gracia a los que interponen obstáculos.[34]
Pablo concluye que el verdadero Israel no se define por la descendencia física de Abraham ni por la búsqueda de justificación a través de obras, sino por la fe. Este verdadero Israel es el "resto" del que hablaban los profetas, un grupo fiel que, como Abraham, vive por la fe. Este resto incluye tanto a judíos como a gentiles que han aceptado el Evangelio. Así, la Iglesia se convierte en el nuevo Israel, formada por creyentes de ambos orígenes, unidos no por sangre, sino por el Espíritu, con Cristo como la base profetizada en la Escritura.
Hill, Craig C. (2007). «64. Romans». En Barton, John; Muddiman, John, eds. The Oxford Bible Commentary (first (paperback) edición). Oxford University Press. pp. 1083-1108. ISBN978-0199277186. Consultado el February 6, 2019.